por Fernando Ampuero, escritor
Las fotografías de Sandro Aguilar proponen un misterio y una revelación; pero, para desconcierto de quienes las miran, tal revelación no es definitiva; detrás de ellas uno percibe que el misterio regresa, aunque recargado como incógnita, como entresijo, como secreto. En su serie de imágenes Colección de pinturas, Aguilar toma una linterna de mano y la usa como pincel. Su propósito es, fuera de toda retórica, integrar el desnudo de la mujer andina en el arte universal, desplazando así –o más bien suplantando– la fisonomía caucásica que nuestra memoria identifica en las protagonistas de obras maestras de Tiziano, Caravaggio, Leonardo, Rubens, Degas, Balthus, Magritte y Lucien Freud, e incluso un artista del paleolítico. Cada fotografía, desde su perturbadora quietud, sugiere la respectiva textura plástica y, sobre todo, reproduce el escenario y la circunstancia de la obra original, cuya atmósfera en claroscuro resalta esta vez la belleza de la piel mestiza, lo que supone un giro estético y conceptual. El proceso de su técnica, que procede de fines del siglo XIX, se conoce como light painting y resulta lento y minucioso, tanto para el fotógrafo-pintor como para sus modelos. Aguilar, en suma, pinta con luz. Y subvierte la tradicional noción de una extrema cultura occidental.
Una última acotación: Sandro Aguilar es un artista de impecable factura.