Desde niño, dibujaba al carboncillo las caras de las modelos de la revista Gente. Sobre mi cuaderno aparecían, lo más mimético que pudiese, aquellas portadas que eran fotografiadas para endulzar las noticias amargas. Fueron mis primeros retratos, pero aún sin una cámara.

Mi primer empleo fue de director de casting para comerciales, lo cual no solo me reencontró en el plano real con las modelos dibujadas años atrás, sino que me enseñó a dirigir: dar una transformación escénica a las personas que acudían al set. Así, aquellos dibujos al papel se encarnaron un día en los personajes televisivos de las marcas. Con esta experiencia concluida y en la búsqueda de una mayor complejidad, me fui a ser asistente de dirección en cine, formando parte de la filmación de comerciales que creaban las agencias de publicidad. De este periodo recojo el indicio que me aportó trabajar con directores de fotografía, quienes me presentaron a la luz como un poderoso espectro que, cuanto más dominado, mayor su capacidad narrativa. Renuncié. Quedé desempleado. Me volví fotógrafo.

Umberto Eco dice: “Es el otro, su mirada, lo que nos define y nos forma”. Esa adherencia por el individuo, sus ojos, los gestos que le oscilan en la cara desde un reflejo íntimo, me ha llevado por varias indagaciones antes de poder establecer la cámara: ¿Quién realmente es ese otro? ¿Qué lo eleva? ¿Qué lo abate? Porque en ello sigo observando la humanidad. También me atraen los escombros. Desde la escuela he buscado la arqueología para imaginarme cómo eran las vidas anteriores. Por eso voy a casas, clínicas, parajes abandonados dentro y fuera de la ciudad para concurrir al ayer y leer sus huellas, entenderme con el olvido. Implantar un cuerpo desnudo en aquellas ruinas ha sido el medio para contactar la piel con un entorno que se acaba, entregándola a las remociones del tiempo dentro de un juego evocativo: el presente habita en el pasado.

Como escritor, mi primer libro de relatos, Discromía, marcó mi ingreso a la narrativa por parte de Eva Pereira (doctora en Teoría Literaria y Literatura Comparada por la Universidad de São Paulo) y Jaime Vargas Luna (editor de [sic] libros), quienes con su agudeza y perfeccionamiento del lenguaje escrito convirtieron un diario de relatos en un libro. Mi relación entre la literatura y la fotografía puede comprenderse como una amplitud de lenguajes estéticos, donde se intercambian o traspasan las fronteras de mi obra. Pero si hay un comienzo, ese podría ser mi padre en su cabina de la radio, masificando el espíritu musical de tantos artistas que pasaron por su programa y nuestra casa. Y mi madre, que me sentaba a colorear los libros de dibujo que me compraba en el barco Doulos, antes de que saliera velozmente a jugar a la calle.