AMAZONÍA, 2021
Fotografía digital
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Bosque. San Martín
Anciana DSC_3448
Anciana de Nuevo Lamas. San Martín
Padre recolector DSC_3364
Padre recolector. San Martín
Manos DSC_3353
Cerezas de café. San Martín
Esposos DSC_3385 reencuadre
Pareja campesina. San Martín
Almuerzo DSC_3420
El almuerzo. San Martín
Plátano asado DSC_3429
A la leña. San Martín
Cargador DSC_3402
Cargador de café. San Martín
Pies sobre el café DSC_3466
Fango de cáscaras. San Martín
Edgard -10 expo DSC_3477
Edgard y el árbol rojo. San Martín
Paisaje con lluvia DSC_3518
Paisaje con lluvia. San Martín
Fotógrafo DSC_3632
Fotógrafo de parque. San Martín
Globos DSC_3622
Vendedora de globos. San Martín
León al sol DSC_3595
León al sol. San Martín
Tejedora y sobrina DSC_3721
Tejedoras Wayku. San Martín
Sobrina tejedora DSC_3751
Entretejida. San Martín
Selva árbol DSC_7498
Renaco. Loreto
Paisaje Iquitos DSC_7385
6:23 a. m. Loreto
El pescador y la arahuana DSC_7532
El pescador y la araguana. Río Amazonas
Pescadora DSC_7466 corte
Celedonia. Río Amazonas
Pablo, apu bora DSC_7141
Curaca Bora. Loreto. Técnica light painting
Manguaré DSC_7134
Manguaré. Loreto. Técnica light painting
Alondra y los caracoles DSC_7232
Alondra y los caracoles. Loreto. Técnica light painting
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Selva nocturna. Loreto. Técnica light painting

I

En los principios, la Amazonía era un bosque frondoso cuya inmensidad era desconocida. Un día, le llegaron exploradores con brújulas, tomaron muestras científicas y se volvieron. Después, llegaron otros que identificaron las zonas donde crecían los árboles que emanaban esa goma silvestre que abastecía al mercado automotriz de fines del siglo XIX: el caucho. Se establecieron en la zona del río Putumayo y todas las cuencas de los ríos Amazonas, Ucayali y Marañón. Como al látex, también extrajeron las vidas nativas para convertirlas en su esclavizada masa trabajadora, sometiéndola con el látigo, la bala, la hoguera o descarnándola por pedazos. Así, la bonanza de Iquitos arrancó a todo vapor como si se tratase de su segunda fundación; incluso contaba con un servicio de barcos de vapor para la ruta Iquitos-Liverpool, que recorría 11 000 kilómetros de distancia. Había llegado la fiebre del caucho (1880-1914): un derroche de riqueza para sus colonos y otro de sangre para sus habitantes.

II

Los cafetales de Nuevo Lamas despliegan a familias enteras en su cosecha. Al llegar, el terreno sigue siendo escarpado, pero se amortigua por la cantidad de árboles que lo tupen: el paisaje parece esponjoso, mullido. Sin embargo, el ascenso toma dos horas por trochas y senderos húmedos, pedregosos, como si un río se abriera en muchas vertientes que suben por las sombras de la Cordillera Escalera. La mujer más anciana proviene de los nativos Wayku, es la única que viste como ellos, pero debajo lleva un jean. Está de cuclillas cocinando el almuerzo dentro de la maloca, removiendo el arroz y la yuca que hierven sobre la leña. Afuera humean el pescado y los plátanos. No tan distantes están todos en su faena, introduciendo los dedos entre las ramas y recolectando las cerezas del café que caen en sus cestos de plástico. Cuando se confinó el mundo entero se cerraron las puertas, pero en Nuevo Lamas la vida continuó porque la geografía dicta esa medida perpetuamente: los que enfermaron fueron atendidos con hierbas y tisanas. No murió nadie.   

III

«Tutano atravesaba el monte con un amigo cuando de pronto empezó a oscurecer. Apuraron el paso hasta que tomaron en cuenta que avanzaban a tientas entre el follaje y los mosquitos que buscaban la sangre de sus párpados. La última línea del crepúsculo les era inalcanzable, y aunque temían desbarrancarse por el abundante musgo que aparecía a sus pies, se empeñaron en llegar. Finalmente obtuvieron un refugio cuando se les acabó el tiempo: la nada. La nada era el espectro que tejía la vegetación amazónica y subía por los árboles tupiendo el cielo, ramificándose en millones de hebras que se cruzaban para cubrir las estrellas y todo flujo luminoso que descendiera a la tierra. Era invertir el origen de la noche. Era proyectar la oscuridad desde abajo y vencer».

Fragmento de Enigma de la oscuridad, cuento inédito.

Sandro Aguilar